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Dios condenado a muerte


17 de enero de 1918: Esta mañana, a las 6:30  se ha ejecutado la sentencia que condenaba a Dios a morir. Un pelotón de fusilamiento ha disparado cinco salvas de ametralladora contra el cielo moscovita dándose por realizada así la ejecución.

Ante una gran expectación, se realizó ayer el juicio popular, por orden de Lenin, del Estado Soviético contra Dios. Durante más de cinco horas, la fiscalía presentó pruebas y testimonios sosteniendo los cargos de genocidio, principalmente por la inacción del Todopoderoso ante la hambruna rusa.  Debido a la incomparecencia del acusado, sobre el banquillo se dispuso una Biblia que actuó como fallido representante.
Abogados asignados por el Estado han llevado a cabo las infructuosas labores de defensa alegando los distintos problemas psicológicos y trastornos que padecía su cliente y pidiendo para él la absolución. Finalmente al mediodía, el jurado popular emitió su veredicto de culpabilidad y el presidente del tribunal y comisario para la educación, el señor Anatoly Lunacharski, dictó la sentencia por la que se condenaba a Dios a morir al amanecer del siguiente día.

Esperamos que alguna de las balas disparadas al cielo haya alcanzado al Todopoderoso y la influencia de su Iglesia se desvanezca.

Comandos dejan sin vitaminas a la Wehrmacht


Tanques de combustible ardiendo
El 14 de julio de 1940 los comandos tuvieron una segunda oportunidad. Esa noche, lanchas de desembarco con unos 100 hombres llegaron a la isla de Guernsey (ocupada por los alemanes), cerca de la costa francesa. De nuevo, debido a errores de orientación, una lancha acabó frente a un acantilado y otra tuvo que volver por una avería. Cuarenta hombres pudieron desembarcar en la isla y dirigirse al campo de aviación y al cuartel. Al llegar se dieron cuenta de que estaban abandonados. Se tuvieron que conformar con cortar tres cables telegráficos. 

El asalto a la isla de Guernsey había sido casi tan decepcionante como la primera operación. Por lo que concluyeron que este tipo de fuerza requería una organización más compleja, coordinada con la RAF y la Royal Navy.
 

En febrero de 1941 volverían a intentarlo. Los comandos participaron en un asalto a las islas Lofoten, en la costa noruega. El objetivo era destruir las fábricas de aceite de pescado, que se procesaba para obtener glicerina, empleada en la fabricación de los explosivos alemanes. También allí se preparaban píldoras de vitaminas A y B que eran suministradas a la Wehrmacht. El objetivo era modesto, pero podía suponer un golpe psicológico a los alemanes y una inyección de moral para los británicos.
 

Dos buques de transporte con unos 500 comandos y cinco destructores zarparon el 1 de marzo de 1941. Tras un terriblemente frio y pesado viaje de tres días, los comandos en las lanchas de desembarco se dirigieron a las islas. Debido a la calma reinante, pensaron que debía ser una emboscada. Pero al llegar al puerto se encontraron con una sorpresa: cientos de noruegos les daban la bienvenida en el muelle. Inexplicablemente, la guarnición de las Lofoten sólo era de dos centenares de hombres, la mayoría marinos mercantes, que se entregaron sin combatir. 
La única resistencia que encontraron fue la de un pesquero artillado alemán que temerariamente intentó plantar cara a cinco destructores. Fue hundido en unos minutos.

Los comandos se apoderaron de la estación de telégrafos y de la central telefónica, mientras el Cuerpo de Ingenieros demolía las fábricas de pescado y unos tanques de fueloil. En la estación de telégrafos, justo antes de ser destruida, a un teniente se le ocurrió enviar el siguiente telegrama:

Adolf Hitler, Berlín. En su último discurso usted dijo que las tropas alemanas saldrían al encuentro de los ingleses donde quiera que estas desembarcasen. ¿Dónde están sus tropas?


Destructor británico alejándose después de destruir las fábricas de aceite de pescado

Después del mediodía, los soldados regresaron a sus botes pero con más pasajeros que los que iban en el viaje de ida; aparte de los doscientos veinticinco prisioneros alemanes, se unieron trescientos catorce noruegos que se habían ofrecido voluntarios a luchar junto a los aliados.

El único precio que se pagó fue el de un oficial herido en el muslo, al disparársele la pistola que llevaba en el bolsillo del pantalón. El asalto a las Lofoten había sido un éxito.

Desastroso debut de los Comandos británicos

El 4 de junio de 1940 Churchill anunció que lo que quedaba del Ejército británico se había retirado a las playas de Dunkerque y se aprestaba a su evacuación, dejando el continente en manos de Hitler por lo que pidió a los mandos militares que creasen una fuerza formada por tropas especialmente entrenadas cuyo objetivo fuese llevar el terror a las costas de los países ocupados, por medio de ataques sorpresa a pequeña escala. El teniente coronel Dudley Clarke (a quien vemos en la foto) oficial del Estado Mayor de la Oficina de Guerra británica, con veinte años de servicio y gran conocedor de la historia militar, recordó las hazañas de españoles y holandeses entre otros, los cuales, formando pequeños grupos de soldados irregulares ligeramente armados lanzaban ataques relámpago tras las líneas enemigas. Así pues, Clarke diseñó un plan para la creación de una nueva fuerza destinada a desenvolverse de forma similar: los «Comandos». Clarke presentó la propuesta al jefe del Estado Mayor, y ese mismo día, a Churchill, que captó las grandes posibilidades que se abrían en un momento necesario para despertar el espíritu ofensivo del Ejército. La propuesta fue aceptada en el gabinete de guerra y se le encargó a Clarke que preparase la ofensiva lo más rápido posible. Surgió así la Operación Collar. La hora de una nueva mentalidad, nuevas tácticas y nuevos hombres había llegado. Era el momento de los comandos.


 Dudley Clarke, vestido de mujer, detenido en Madrid en octubre de 1941 mientras hacía labores de espía

La misión se le asignó a la 11ª Compañía Independiente que se había formado unos días antes y estaba formada por 25 oficiales y 350 soldados, todos ellos voluntarios. La noche del 24 de junio fue la elegida para la incursión. En ella participaron 115 hombres divididos en cuatro grupos, cada uno con una playa distinta como objetivo: Neufchâtel-Hardelot, Stella Plage, Berck y Le Touquet, y a bordo de cuatro botes de rescate de la RAF.

Los hombres que desembarcaron en Hardelot se dedicaron a vagar varios cientos de metros tierra adentro sin encontrar rastro alguno de soldados alemanes. Aburridos, decidieron volver al bote y regresar.
La segunda lancha llegó a Berck donde descubrieron un embarcadero de hidroaviones alemanes. Viéndose en clara inferioridad, optaron también por volver a la costa inglesa.
Los que desembarcaron en Le Touquet tenían como objetivo el Hotel Merlimont Plage, que según las informaciones de inteligencia estaba siendo utilizado como cuartel por los alemanes. Cuando llegaron, descubrieron que estaba completamente vacío. Regresaron a la playa para descubrir que su barco se había adentrado en el mar. Mientras esperaban a que la embarcación volviese, encontraron dos centinelas alemanes que fueron eliminados. Llevados por la euforia, regresaron de inmediato, pero rápidamente se vio que su acción había sido inútil; no les habían registrado los bolsillos para obtener algún documento ni habían descubierto lo que aquellos centinelas estaban vigilando.
Y, por último, los tripulantes de la cuarta lancha por poco si se meten de lleno en el puerto de Boulogne, fuertemente defendido por los alemanes, debido a problemas en la brújula. Por suerte, desembarcaron en Stella Plage, donde fueron descubiertos por una patrulla de alemanes en bicicleta. Se entabló un tiroteo en el que el propio teniente coronel Dudley Clark resultó herido, aunque finalmente pudieron volver a la embarcación y poner rumbo a Inglaterra.

La causa del fracaso fue la precipitación con la que se planificó la Operación Collar. Todos estaban impacientes por dar una imagen de fuerza y en palabras de Churchill «lanzar una ofensiva contra todo el litoral ocupado por los nazis que deje detrás un reguero de cadáveres alemanes». El resultado de la incursión no pudo ser más decepcionante y para colmo, el regreso de los botes no fue lo que se dice heroico. Cuando las cuatro lanchas regresaron a Inglaterra, las autoridades de Folkestone se negaron a permitir su entrada en el puerto, y tuvieron que permanecer en la bocana. Cuando, tras varias horas consiguieron el permiso y pudieron atracar, la policía abordó las lanchas para identificar a los tripulantes. Al ser una operación secreta, ninguno de los comandos llevaba consigo sus documentos de identidad, por lo que todos acabaron en comisaría esperando a que alguien respondiese por ellos.

Una vez se conocieron los detalles de esta desastrosa operación, se llegó a la conclusión de que una operación así no se podía improvisar. Era necesario seleccionar y entrenar para no cometer esos errores. Según Dudley Clarke, los comandos debían ser una mezcla de «piratas, gángsters y miembros de una tribu india».

En una siguiente entrada se relatan los acontecimientos que ocurrieron posteriormente incluído el primer éxito de los comandos.